Madrid.
Probablemente la ciudad que menos me gusta de todas en las que he estado, también en la que más tiempo habré pasado (sin contar la mía propia, claro) cuando todo esto termine, y noventa por cien seguro, la que menos voy a echar en falta cuando me vaya.
Ayer, después de quince días fuera (volví a casa por navidad, como el turrón y los gastos inútiles), subí a un autobús de madrugada y me chupé cinco horas y media de viaje, cambio de coche en Soria incluído, para llegar a mi destino a las seis de la mañana, esperar hasta las nueve en la estación (dibujando) y, con la maleta y una mochila que pesaba un quintal (portátil, cuaderno a entregar en clase, libros, riñonera con cartera y demás cosas, bocadillo, carne y embutidos cortesía de mi madre), ir a la escuela a pintar gente desnuda durante dos horas más. De pie.
En realidad, hay una razón para todo esto y es tan simple como que si paso por el piso primero, ahí me quedo y a la clase le joden, y como me he propuesto no hacer eso más, pues ahí que estuve hasta las doce agonizando, con la peor cara posible y el cuerpo para el desguace, y soñando sólo con poder irme a casa, tirarme en mi incómoda y vetusta cama, y dormir.
En estado de semiinconsciencia ya pero contenta de haber hecho lo correcto, me monté por fin en el metro en dirección al barrio. Por suerte mi compi Silvia me dio conversación hasta Pacífico (diez paradas) así que sólo tuve que agonizar yo sola dos paradas más, y por fin llegué.
Tras hacer un último esfuerzo y cagarme en dios un poco más (inevitables últimas escaleras, no mecánicas) emergí de la boca de metro y respiré hondo.
Me recibió una bocanada de rico aroma a mierda que no desapareció en los quince minutos que me costó llegar hasta casa.
Al parecer, en Vallecas lo que se lleva es que tu perro cague donde le plazca y que tú dejes el pastel como testimonio allá donde caiga, por lo que aceras y calzada están sembradas de minas de todas las formas y tamaños, y aunque por suerte algunas permanecen intactas como pequeños y orgullosos monumentos a la vagancia humana, la mayoría han sido pisadas, arrastradas y removidas por doquier, con la consiguiente necesidad de realmente ir mirando por dónde pisas, y por supuesto, el rico olor que te acompaña durante todo el camino para que no te sientas solo.
En fin, un verdadero regalo para los sentidos.
Pero el caso es que llegué, y aunque aún deshice la maleta y limpié mi habitación antes de nada, al fin descansé XD
Bienvenidos todos a este mi nuevo blog donde compartiré vivencias y aventurillas, espero sirva para teneros mejor informados estos seis meses que me quedan aquí, y así tener anécdotas y cosas que comentar cuando vuelva.
Mañana más y mejor, un abrazo desde Mandril y seguiré informando ;)